EL FINAL DE LA CUENTA ATRÁS (1980)

¿Quién no ha pensado alguna vez en qué haría si pudiera viajar atrás en el tiempo? Acabar con dictadores, evitar grandes conflictos bélicos, evitar que seres queridos murieran prematuramente… Pero, ¿y si por mucho que viajáramos al pasado no pudiéramos cambiarlo?

Aunque se trata de un título algo insípido, no deja de tener gracia la manera en la que trasladan las teorías de Einstein sobre los agujeros negros (actuales agujeros de gusano) y los ubican como si de un fenómeno meteorológico se tratara. Una tormenta aparece en forma de agujero y hace que el portaaviones nuclear de última generación, el “Nimitz”, junto con su flota de Tomcats, sea trasladado a 1941 justo antes del bombardeo del puerto de Pearl Harbour por parte de los japoneses. Y aquí es donde entra en juego el What if… y el dilema moral de los protagonistas. ¿Intervienen con toda la potencia del Nimitz o dejan que ocurre lo que ya saben?

El planteamiento del viaje en el tiempo se aleja de lo habitual, aquí no hay una búsqueda o intencionalidad premeditada por retroceder o avanzar en el tiempo para cambiar algún hecho, se trata simplemente de una cuestión azarosa en la que los protagonistas se ven envueltos, y aunque sin saberlo, es necesario que tenga lugar para que todo suceda como lo había hecho.

La película fue dirigida por Don Taylor al que recordaremos como actor en La ciudad desnuda (1948) o en El padre de la novia (1950). Su trayectoria como director de desarrolló fundamentalmente en televisión (Caravana, Daniel el travieso, Jim West…), y de manera más pasajera por lo que respecta a la gran pantalla: Huida del planeta de los simios (1971), La isla del Dr. Moreau (1977) o La maldición de Damien (1978). De hecho, El final de la cuenta atrás, fue su último largometraje para el cine.

La cinta cuenta con un elenco de primera clase, un veterano pero bien valorado Kirk Douglas y un joven Martin Sheen, en la cresta de su carrera,  pues venía de protagonizar Apocalypse Now (1979). También hay que destacar la partitura de John Scott y la puesta en escena muy realista, reforzada con la fotografía de Victor J. Kemper, puestas ambas, como también lo está el guion, en mostrar el poder de la marina americana en plena guerra fría, mediante esa especie de publirreportaje inserido en el metraje de la película en el que podemos ver el verdadero portaviones Nimitz con su armamento, los Tomcat maniobrando, escenas de emergencia, combate aéreo, etc. que funcionan a la vez de panfleto de reclutamiento y de advertencia a posibles enemigos del país.

Una buena idea que se queda en eso. En conclusión, una ejecución general sencilla, con personajes que apenas son un adorno (sin trascendencia ninguna por lo general), unos efectos visuales más que sencillos y un final no solo previsible sino falto de riesgo, convierten la cinta en una aventura fallida, que entretiene pero deja la sensación de qué pudo ser.

Comparte este texto:

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*