Crítica: «La visita» de M. Night Shyamalan

La visita

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Antes de abordar este comentario debo establecer dos previas: me gusta el cine de M. Night Shyamalan, la primera; y soy una enamorada de los ejercicios de estilo. La visita tiene esas dos bazas, de modo que no podía dejar de agradarme. Confesado esto me siento libre, ya juzgará el lector el grado de objetividad que haya podido yo alcanzar, o mejor dicho, reconocerá el sesgo desde el que interpreto.

Me ha parecido pertinente esta aclaración porque Shyamalan es uno de esos directores que goza de acérrimos defensores y de detractores no menos acérrimos. La última vez que discutí sobre su cine en un foro fue en 2008, recién estrenada El incidente, una película que no deja de tener sus peros, allí se pretendía ya que Shyamalan había de ser considerado como un cineasta sobrevalorado puesto que tras El protegido no habría rodado ninguna obra redonda. A mí se me antojaba, y se me antoja, un juicio precipitado: la valía de un director, muy probablemente, no puede certificarse hasta que éste ha abandonado las cámaras, sólo entonces, cuando disponemos del abanico global de toda su filmografía, es cuando podemos enjuiciar su talento. ¿Cuántas películas tuvo que dirigir Hitchcock hasta rodar Vértigo? Tampoco Sir Alfred estuvo igual de certero en todas sus cintas, pero ya nadie es capaz de negarle su condición de genio. No pretendo equipararles, pero ambos son autores que se definen por su capacidad de jugar con el público, el uno con su implacable uso del suspense, el otro con esa capacidad de llevar al espectador donde quiere para luego sorprenderle. Y Shyamalan es bueno en lo suyo.

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Los giros de guión gustan a Shyamalan más que un saco de golosinas a un niño glotón. Por esa razón hay quienes le consideran un timador, un tramposo, sin reparar en que una mentira bien contada puede convertirse en obra de arte. Esas vueltas de tuerca tan características de su cinematografía las resuelve con distinto acierto según el filme, pero cuando logra perfilarlas bien, nos ofrece un auténtico prodigio. Un engaño, sí, pero un engaño bello. Y La visita es un ejemplo de buen uso del recurso. Como no podía ser de otro modo, su última cinta esconde un giro en la trama, en esta ocasión bien trabado, perfectamente coherente y que desencadena un desenlace vibrante. Pero hay más, y esto es un SPOILER, el giro verdaderamente interesante es el formal: sólo al final comprendemos que en verdad lo visto hasta ahí nunca fue metraje encontrado sino un auténtico (falso)documental FIN DEL SPOILER. Ya descubrirán ustedes porqué afirmo esto.

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La visita es una producción modesta, sólo se han invertido cinco millones de dólares, pero tal como ocurre con otras producciones de la Bloomhouse es una obra correcta más allá de que satisfaga o no nuestros gustos. La cinta saca el mayor partido posible a su bajo presupuesto consiguiendo aunar en ella el terror (que irá subiendo de intensidad a lo largo del metraje), el drama familiar (calibrando bien el arco de transformación que llevará a los personajes a madurar y superar sus conflictos) y la comicidad (con un humor negrísimo en ocasiones). El acabado del filme nos deja la sensación de que se han seleccionado los elementos exactamente necesarios para dar vida a esta historia hasta el punto de que parece incluso un acierto más su modestia presupuestaria. Los efectos son los justos, su corrección reposa en un guión bien temperado con una evolución que no obliga nunca a suspender la incredulidad, unos actores que bordan sus interpretaciones y, por supuesto, una puesta en escena impecable en la que Shyamalan nos hace ver que hay otros usos posibles para el found footage cuando parecía que ya se había visto todo.

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El found footage de Shyamalan no pierde en ningún momento su lógica (continuamente está justificado el punto de vista de los planos) y demuestra que rodar cámara en mano no tiene porqué implicar una sucesión de imágenes atropelladas, oscuras y de difícil visión. Para quien esto escribe, La visita es junto a The Sacrament de Ti West (sin desmerecer [REC]) el mejor trabajo dentro de este estilo narrativo. Con el plus en este caso de que sirve al director para llevar a cabo todo un ejercicio de metacine. La excusa para acudir a este recurso es la voluntad de una joven adolescente de llevar a cabo un documental de su primer encuentro con sus abuelos a los que no ha conocido nunca. La quinceañera hace gala de tener un buen conocimiento de la teoría del lenguaje audiovisual de modo que Shyamalan a través de ella nos regala toda una lección de cómo hacer cine que se permite incluso hablarnos de la licitud de los reality televisivos. Como decía de buen principio La visita es todo un ejercicio de estilo, y nada hueco porque está puesto al servicio de la narración y su intriga. Para mí ese es el mayor valor de la cinta. Justo el que hace que, el último trabajo del director hasta el momento, sea la prueba de que Shyamalan se ha ganado por derecho propio un lugar de honor en el fantástico.

Por Montse Rovira

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