AUDITION

AUDITION (South Korea; Japan-2000)

Director: Takashi Miike/

Productores: Satoshi Fukushima, Akemi Suyama/

Guión: Daisuke Tengan, basado en la novela de Ryû Murakami/

Fotografía: Yasushi Shimamura/

Música: Kôji Endô/

Montaje: Hideo Yamamoto/

Intérpretes: Satoshi Fukushima, Akemi Suyama

Duración y datos técnicos: 115 min. color.

 

Un año después de que Hideo Nakata diera comienzo con «Ringu» (El círculo, 1998), a una nueva oleada de cine oriental de terror, que durante más de diez años nos ha ido ofreciendo infinidad de buenos títulos y sus correspondientes Re-makes americanos, no siempre a la altura de los originales, el quimérico Miike se unió a esta corriente con un largometraje sorprendente e inclasificable.

La osadía narrativa del director a lo largo de más de cincuenta películas y un indudable amor por el hecho de hacer cine, ha ido creando un estilo propio, tan personal como audaz e imaginativo. El hecho de haber explorado prácticamente todos los géneros cinematográficos, le ofrece un montón de posibilidades creativas a la hora de enriquecer sus narraciones, consiguiendo cumplir con los cánones del género, en este caso de terror y al mismo tiempo de perderse en sus delirantes maquinaciones. Esto ocurre en sus mejores películas del género como “Koroshiya 1” (Ichi the killer, 2001) o la que nos ocupa.
Basada en una historia de Ryu Murakami, prolífico escritor de gran éxito en Japón, nos narra como un viudo de cuarenta y tantos años, inducido por un amigo, decide convocar un casting para una dudosa película, con la intención de encontrar esposa de nuevo. Esta decisión le sumerge en una tremebunda relación colmada de violencia, venganza y miedo.

Del guión se encargaría un habitual colaborador de Miike. Un escritor que según el propio director posee una imaginación desbordante, cercana a la locura, con el que ha trabajado posteriormente en otras producciones, como el capítulo perteneciente a la serie de TV “Masters of Horror Series” titulado “Huella” (Imprint, 2006) o la decepcionante “13 Asesinos” (Jûsan-nin no shikaku, 2010). Hablamos de Daisuke Tengan.

Con un ritmo pausado y parsimonioso se van presentando los personajes, explicándolos a conciencia en un tono dramático sobrio y de alguna forma entrañable. A base de explorar las relaciones personales entre el protagonista, su hijo, amigos y trabajo, va creando elementos destinados a reafirmar la credibilidad del personaje y sobre todo para enfatizar la idea de soledad, con frases como: “Todo Japón sufre la soledad” o “La vida no es más que el camino hacia la muerte”. Así consigue crear la trama con la que pasada la mitad de la cinta, la extrema violencia se despachará con sumo placer. Todo está cargado de una introspección muy propia de la cultura japonesa. Todo es sobrio, afable y afectuoso, pero la idea de culpa se palpa en el ambiente. Consigue que los personajes generen una gran empatía con el espectador, para hacer más fuerte el contraste entre los personajes protagonistas y el macabro camino que los guía hacia un funesto desenlace.

Si los personajes están llenos de matices, de complejidad y de motivaciones, la dirección se caracteriza por una sencillez deliberada pero premeditadamente efectiva. Va creando tensión y desconcierto con planos fijos de pocos segundos sobre objetos que no entenderemos hasta unas cuantas escenas más tarde. Indicios terroríficos y fugaces de una metamorfosis terrible, que está por venir. Se advierte algo nauseabundo y profundo, un sufrimiento con aroma a antiguo. Lo que en un momento dado podría entenderse como Mcguffin, se convierte en algo vital para la historia. Esa sencillez en los planos y la habilidad típica japonesa para causar terror con rostros femeninos y un poco de maquillaje, nos advierte que el drama que vemos en la primera parte de la película, se convertirá en una sangrienta y marciana confabulación. La abundancia de planos fijos, parece conseguir que la cámara entre en el personaje y parece inducirle a realizar una u otra acción. Esto habla de la audacia del director como creador de potentes escenas. Carece de travellings o movimientos de cámara complejos. La mayoría de los planos son estáticos, a veces picados o contrapicados, pero siempre con una quietud sumamente misteriosa. Utiliza la cámara como un mero espectador en algunas ocasiones, colocándola en lugares de alguna forma extraños, consiguiendo que a veces se convierta en un personajes más, lo que le aporta un hermetismo y una seriedad en total consonancia con sus personajes. Es muy clásica en este sentido, con un clasicismo muy japonés.

El guión de Tengan se podría dividir en esas dos partes, la primera de un realismo dramático que narrativamente se acerca mucho al estilo clásico, en el que nos va dejando funestas pistas para el espectador a modo de fotografías irreconocibles y una segunda donde rompe con toda regla preconcebida para sumirse en un sueño sórdido y sangriento muy del estilo de del dúo Tengan-Miike, donde juegan con el tiempo, con las realidades de los personajes y con una violencia vengativa y salvaje encantadoramente premeditada. Pretende sorprender y sorprende mediante el uso de flashbacks que cambian la historia. El uso de los sueños como excusa narrativa, nos ofrece las mayores sorpresas de la historia.

La fotografía de Yamamoto que aunque en su conjunto es bastante sobria y carente de alardes, tiene un par de virtudes dignas de mención. Su relación con el mundo del comic y la animación le otorga un estilo sombrío, cuya mejor virtud son esos juegos de luces y sombras sobre los rostros de los personajes, destinados a reforzar ese ambiente tétrico que rodea toda la narración. Por otro lado, sabe ser realista cuando tiene que serlo, con apenas iluminación y crea los ambientes adecuados en los momentos más violentos, coloreando las escenas de rojos y azules sobrecargados, para intensificar un ambiente ya de por sí intenso.

Las interpretaciones vienen marcadas por un excelente trabajo de dirección de actores. Ryo Ishibashi mantiene la templanza y seriedad necesarias para su papel protagonista durante toda la narración. Toda la historia se centra en su personaje y consigue llevarlo siempre a un punto adecuado. Tetsu Sawaki, en el papel de hijo de Ishibashi, le aporta realismo y naturalidad al drama y Jun Kunimura, que posteriormente trabajaría en “Kill Bill: Volumen 1” (2003), es el amigo que induce al protagonista a la terrible decisión de montar un casting, para buscar una nueva esposa. Pero es la actriz y modelo, Eihi Shiina, en su papel de actriz y posible candidata a esposa, la que sorprende por esa belleza tétrica, que pasa de mujer misteriosa llena de secretos, a salvaje instrumento de la venganza. En este personaje el director coloca todos sus delirios de violencia macabra y venganza excéntrica.

La música, en su mayor parte para piano mezcla partituras de jazz o más clásicas, con un tono muy dramático que apoya con fuerza ciertas escenas que pretenden explicarnos a los personajes de una forma deliberadamente confusa.
Lo más impactante de esta película es lo mismo que la aleja definitivamente de cualquier camino comercial, si es que alguna vez tuvo alguna posibilidad. Un brutal desenlace que no tiene su valía en la violencia o en la originalidad de las torturas, sino en la concepción de los personajes de cómo lo viven y como perciben esa situación. Eihi Shiina está increíble en ese punto en el que se coloca en la más extrema anti-moral. Aparte de una utilización del sexo de la forma más antinatural y corrupta. Veinte minutos de tortura, pergeñada por la mente extraña, pero profundamente creativa del maestro Miike.

Es una película que doce años después de su estreno, se conserva bastante bien. Nos muestra la visión que tiene el director nipón sobre la venganza, siempre con su estilo atrevido y lejos de cualquier canon cinematográfico. Con una calidad cinematográfica por encima de sagas como “Saw” (Saw, 2004) iniciada por James Wan y con interesantes caprichos como mencionar a Tarkovsky.
Muy apetecible para degustar la parte más excéntrica del J-Horror.

Por: Juan José Iglesias.

 

 

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