THE NAVIGATOR-UNA ODISEA MEDIEVAL(1988)

Tras su debut en el largometraje con Vigil (1984), Vincent Ward firmaba esta coproducción entre Australia y Nueva Zelanda que le abriría las puertas a su carrera cinematográfica en Hollywood. The Navigator (1988) es un título de culto, una historia fantástica de aventuras, que llegó a ser nominada en la sección oficial a competición del Festival de Cannes, y que entre muchos otros premios ganó en la categoría de mejor película en el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges en 1988.

La cinta narra la historia de una pequeña comunidad en el S.XIV acechada por la llegada de la peste negra, noticia que trae de otras tierras Connor, el hermano de Griffin  un niño de 9 años que es una suerte de psíquico que tiene visiones sobre cosas que han de pasar y que se convierte en el guía de un grupo que atravesará la tierra de un extremo a otro abriendo un agujero en la tierra, para tratar de evitar la catastrófica epidémia siguiendo los designios de dios y de las visiones de Griffin. Este planteamiento ya de por sí algo surreal, mejora por momentos cuando descubrimos que la ciudad celeste a la que deben llegar para colgar una cruz de una enorme catedral, es Nueva Zelanda en el S.XX, dándose lugar un viaje en el tiempo no mediante una máquina sino mediante la fe y una suerte de viaje al “otro lado de la tierra”, porque en parte de eso nos habla la película de Ward, de la fe y de la ausencia de esta.

Nos encontramos ante una joya del género que se escapa a todos los clichés narrativos establecidos, utilizando sus propias normas y juegos, una cinta fuertemente influenciada por El séptimo sello o El manantial de la doncella de Bergman o el cine de Tarkosky, como buena parte de la filmografía de Ward, así como el expresionismo alemán y el uso de sus claroscuros.

Aunque el espectador puede identificar una serie de temas de “crítica social”, Ward comentaba que no era su intención dar ningún discurso con la cinta, si bien es inevitable ver los paralelismos entre el miedo al SIDA y la peste negra, la guerra nuclear o la pérdida de ciertos valores y de la fe del mundo contemporáneo en contraposición a los que expone la cinta en la época medieval (que son el motor de la esperanza y el cambio).

Sobresale una brillante banda sonora, los toques de comedia (que recuerda a las cintas de Terry Gillian) y suspense, junto con una maravillosa fotografía que combina el blanco y negro granulado de la época medieval con el color de lo que acontece en la época contemporánea. Una puesta en escena y una dirección lírica, emotiva, contenida, metafórica, surreal y tan diferente a lo visto en los 80 que la convierten en un referente de cómo se puede hacer cine de género de calidad sin grandes artificios, simplemente con una historia bien narrada aprovechando las características del medio.

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