Crítica: El lobo de Wall Street

El lobo de Wall Street

Hay que dominar perfectamente el arte de la cámara para conseguir darle al personaje el aura del triunfo usando un picado casi cenital. El (in)genio es cosa de pocos y, desde luego, Martin Scorsese está entre ellos. Ciento ochenta y un minutos de duración y la película no pierde fuelle en toda su extensión, si una palabra venía a mi mente durante la producción era la palabra ritmo. Porque El lobo de Wall Street no tiene altibajos en todo su prolongado metraje, es todo un recital de maestría en el encuadre preciso y el tempo, los momentos álgidos entran casi sin necesidad de puntos de inflexión, aquí sí se puede hablar de sublimidad puesto que es todo un ejercicio de desmesura mesurada. Nunca fue tan fructífero el maridaje entre Scorsese y DiCaprio, excesivos ambos en esta su última película, pero con un exceso que no se desborda de tan perfectamente encauzado como está en su arquitectónica visual.

Jordan Belfort es uno de los nuestros, de la mano del guión de Terence Winter (Los Soprano), Scorsese vuelve a construir una epopeya de la corrupción americana, aunque esta vez dentro del mundo especulativo de los corredores de bolsa en vez del de la mafía. Sus personajes son héroes siendo villanos, son villanos siendo héroes. El propio director declara que el no enjuicia, sólo hace cine (recordándonos a John Ford ante la caza de brujas, «I make Westerns»), el ítaloamericano no denuncia pero no esconde: “Es la historia de una locura, de la obscena mentalidad de un negocio podrido, y así lo quise mostrar. Sin prebendas, con toda la libertad que necesitaba para dejar clara la impunidad con que se movían mis sujetos”(Martin Scorsese en El País). Las alimañas de Wall Street son la cara más brutal del americano sueño del Self Made Man, una jungla de machos alfa que no dudan en traspasar una y otra vez los lindes de la legalidad para mantenerse en la cresta de la ola, para sentar sus posaderas sobre la máquina de vender humo a las clases medias para hacer dinero a espuertas. Si en Goodfellas el recital era de sangre, aquí lo es de dinero, poder, drogas y sexo. Como en la laureada Breaking Bad, los protagonistas toman el mal camino por pura ansía de ser el mejor en lo suyo (aunque lo suyo sea delictivo) y nadarán entre tanto dinero que ya no será posible ni disfrutarlo. Como dice Jordan Belfort en un momento del filme, su adicción más poderosa es el dinero, un auténtico yonkie de la ganancia que no duda en consumir todo tipo de estupefacientes (memorable la secuencia de las pastillas Lemons) para poder mantenerse siempre en lo más alto. Y caerá, es inevitable, pero su caída será mínima: la corrupción campa a sus anchas en nuestro sistema, tenemos ejemplos de ello a diario en la prensa. El espectador habrá de juzgar por sí mismo, porque no hay moralina en la cinta (ni de denuncia ni de apología), sólo tres horas de buen cine que nos ponen desnudamente ante el espectáculo del lucro desmedido de quienes manejan los hilos de la economía mundial.

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Uno de los mayores aciertos de Scorsese es haber dotado a El lobo de Wall Street de raudales de humor. Y Leonardo DiCaprio se hacía este domingo pasado con el Globo de Oro al mejor actor de comedia. Recuerdo como si fuera ayer el papel de DiCaprio en ¿A Quién ama Gilbert Grape? allí era apenas un adolescente pero apuntaba trazas de monstruo de la escena y los años han visto colmadas las expectativas, ya en su madurez, en su última colaboración con Scorsese se sale de la pantalla. Como un personaje shakespeariano, da credibilidad a esas proclamas con las que arenga cada mañana a sus empleados, casi contagia entusiasmo al espectador aunque este sabe que él sería la víctima propicia para el protagonista. Su verbo desmedido va acompañado, además, de un trabajo corporal que lo vuelve eléctrico por momentos y sin torcer el gesto ni caer en el histrionismo desmedido pasa de lo solemne a lo cómico en un mismo plano. Bien merecido su premio, porque con su presencia la película gana galones, sin duda, actor y director se han compenetrado al máximo para dar carnalidad al personaje. Encarna al titán de las finanzas convirtiéndolo en chico travieso, casi un rebelde, así este héroe-villano se gana nuestra simpatía desde el primer momento en que se asoma a la escena.

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El lobo de Wall Street, apunta maneras de convertirse en una película digna de figurar en los listados de este 2014 que justo empieza, por su exuberancia, su desmesura adrenalítica, su derroche visual de dominio de la sintaxis fílmica y su descarada jovialidad.  Dará que hablar, muchos no le perdonarán que no haya hecho crítica explícita de los vicios de la sociedad en general y en particular de los tiburones de las finanzas tan responsables de la crisis actual. Martin Scorsese a sus 71 años busca perfeccionarse en el arte de hacer películas, así lo testifica en las entrevistas, y ve ingenuo el cine denuncia. Lo que quizás no vean algunos es que no es lo mismo hacer simpático al personaje que hacer apologética del robo con guante blanco. El retrato está claro, los lobos de la bolsa no tienen entrañas, juegan con nosotros como niños caprichosos, así que aunque en la sala oscura nos arranquen sonrisas, no debemos dejar de ser conscientes de toda la crudeza de lo que se retrata. Al artista le corresponde el arte, al espectador le corresponde sacar sus propias conclusiones.

por Montse Rovira

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